lunes, 8 de enero de 2024

Mi papá me rechazó

Hace poco tuve la oportunidad de tener a mi papá en casa.  Desde la muerte de mi mamá vive solo.  Tiene 84 años, es hipertenso, acaba de ser diagnosticado de cáncer de próstata, pero no tiene ningún tipo de dolor, si lo vieras pareciera que no estuviera enfermo.  

Su visita se debió a que sufrió un desmayo y el doctor recomendó que esa semana estuviera acompañado.  Gracias a su visita, pude recordar el momento exacto en que creé una necesidad que me ha limitado y marcado toda mi vida.  

Pero primero los tengo que poner en contexto, y retroceder 45 años...

Mi padre ha sido la figura más importante para mí. Ha sido una relación que ha marcado mi vida, y aunque hace algunos años, en sesiones con una psicóloga "esta historia" apareció, le asignamos un significado, que hoy califico de simplista: "yo buscaba parejas mayores porque lo que buscaba, realmente era un papá!" 

En realidad eso era, solo la punta del iceberg...

Había llegado del colegio, tenía 5 años, recuerdo que aún llevaba puesto el uniforme.  Jugaba, cuando escuché que mi padre llegaba del trabajo, inmediatamente me encaramé encima del mueble junto a la puerta.  Mi plan era lanzármele apenas llegue.

Así que apenas abrió la puerta y la atravesó, yo volé por los aires, esperando que mi papá me reciba con todo el amor que creía merecer, pero un solo “¡quítate!” y su brazo golpeando mi pecho, me llevó a la "realidad", de que él debía rechazarme porque yo había hecho algo mal.  Este fue el primer rechazo que tuve que afrontar.

Hoy puedo entender, que esta historia para mí fue el inicio, el inicio de una vida de tortura, sí… y que, gracias a la introspección, al autoconocimiento, a profundizar en mí, a estar en tiempo presente, logré descubrir y liberarme.  Esa historia fue “la patada inicial” de la historia que recordé, esa tarde en mi casa mientras conversábamos. 

He tenido muy pocos recuerdos de mi infancia... los contaba con los dedos de una mano, difusos, cortos, pero éstos que les comparto, los podría repasar en mi mente, tal cual como si viera una película.  Hoy entiendo, y me perdono por hacerlo, que todas las decisiones que he tomado en mi vida, fueron producto de reaccionar desde la mirada de mi niña de 5 años, reviviendo esta historia una y otra vez. 

Esa historia, acompañada de ésta... No recuerdo que mi padre fuera particularmente cariñoso, de esos papás de propaganda de televisión, que abrazan y llenan de besos a sus hijos; de hecho, nunca nos había dicho que nos amaba, y no habíamos sentido tanta necesidad de escucharlo, hasta que una tarde, mi hermana de 15 años y yo de 11, nos sorprendió llegando con un muñeco de felpa, un Micky Mouse, que se lo traía de regalo, a mi hermana recién nacida. 

Ese día dejé de buscar, en mi padre, el amor que yo necesitaba a gritos. A él, le reemplazaron la familia (primos, tíos, abuelos), luego las amigas del colegio o los amigos de la universidad, los profesores, los enamoraditos... luego los jefes, las parejas serias... No fue evidente mi necesidad de ser amada o valorada, hasta hace un tiempo que puede "ver" lo que había sido capaz de hacer.

Yo pensaba que era la gente la que me hacía daño o me hacía sufrir, pero estaba mirando hacia el lado equivocado.  Eran mis propios comportamientos o hábitos los que hacían que mi vida se sienta como un verdadero infierno.  Uff! La lista, en estos casi 50 años de vida es larguísima, pero por sentirme valorada he sido capaz de aceptar trabajar sin sueldo, normalizar el trato despectivo o violento de mis jefes, trabajar horas extras sin compensación salarial, asumir responsabilidades que no eran mías.

·  Y para sentirme amada? soporté parejas que eran violentos verbalmente, dejé que amigos me manipularan, incluso acepté tener mi primera relación sexual sin realmente quererla, presté dinero y nunca exigí su devolución.  Me esforzaba por quedar bien con todos y con todo, todo el tiempo... realmente lo hacía "muy bien"

Todo ese tiempo, no hizo más que llevarme a un hueco profundo, a colocarme en una situación insostenible porque vivía comparándome con todos y siempre sintiéndome menos por no cumplir las expectativas, desconfiando de mí y de mi capacidad, sin reconocer mis logros o considerarlos tan simples que cualquiera los conseguiría, e incluso sin permitirme fracasar o equivocarme.  

Luego de mucho esfuerzo, y proceso de revisión interna, me di cuenta que me había vuelto una mujer complaciente, entendí que el rechazo que sentía de mi padre había sido el motivo pero no entendía por qué tenía que esforzarme tanto, para merecer amor y valoración?  Ahora sí, podemos volver a ese día en la sala de mi casa, junto a mi padre de 84 años.

Estábamos conversando sobre el libro que acababa de terminar de leer, y justo cuando estaba por levantarme, me llegó una información...  No sé bien cómo describir cómo me llega, pero es una especie de “noticiero” que puedo “ver” en mi cabeza.  Cuando la información llega así, “siento” que viene en forma de respuesta a alguna pregunta que tengo... ese día lo supe.

Retrocedí nuevamente en el tiempo, y vi a mi padre siguiendo fielmente la forma en que él mismo fue criado, abría la puerta de la habitación que compartía con mi hermana.  Todos los fines de semana y feriados, nos despertaba a las 6h00 de la mañana, lo hacía para instruirnos que “debíamos ayudar” en casa, que esa “era nuestra obligación”, nuestra forma de contribuir por lo que ellos (mis padres) hacían (sacrificios) por nosotros y lo hacía recordándonos la frase de mi nonno (mi abuelo, su padre): “Cuando tengas los chinches en la cabeza (problemas o preocupaciones) allí no podrán dormir!”.   

Esa tarde, sentada junto a mi padre, me di cuenta que había recibido una programación semanal, que estableció una creencia que me ha marcado de por vida.  Fue esa programación la que me llevó a decidir inconscientemente que debía “complacer” a otros, porque esa era la única forma de ser merecedora de amor o valoración. 

Llegué a pensar que MI VALOR era la sumatoria de todos los “buenos comentarios” que la gente decía de mí, o de lo que la gente pensaba de mí.  Así que yo para VALER ALGO, me había dedicado a convertirme en la persona que mis padres, mi familia, mis parejas, mis jefes, etc querían, yo me convertí en una persona complaciente.  Y no pienses que lucía como tal, si preguntas a muchas de las personas te podrán decir que yo lucía como una persona segura, confiada, empoderada… pero por dentro, vivía un verdadero infierno.

Luego de mucho trabajo interno, logré identificar los patrones, logré atar cabos, logré reconocer los pensamientos y creencias que validaban mi comportamiento, y al fin pude aceptar que todas a esas personas que estuve complaciendo en realidad eran maestros que lo que hacían era llevarme a situaciones incómodas para que despierte.

Pensé que mi historia había logrado su final feliz, aceptando esa información que me llegó de la nada, porque reconocía que, desde hace algunos años, tenía una buena relación con mi padre; de hecho mi hermana me ha dicho que le gustaría tener una relación con él, así como la que yo tengo.  Lo pensaba, hasta que tuve una mentoría con Maickel Melamed (por favor vayan y revisen su historia).

Ese 13 de diciembre, le conté mi historia con papá.  Mientras se la contaba, me di cuenta que yo tampoco le había dicho que lo amaba.  Así, que él me propuso una sola cosa:  "Conversa con tu padre, y pregúntale aquello que quieres escuchar, cuánto tiempo has esperado para preguntarte si te ama... Anda dile que lo amas y acepta lo que te diga, no cuestiones la forma como te lo diga, esa es su forma, la que aprendió" Hacerlo sonaba tan fácil, pero los 20 minutos manejando hacia su casa, se me hicieron eternos... lloraba tanto, que casi no podía ver... 

Cuando llegué, tuve que darme un tiempo para empezar a conversar, podía ver que mi niña de 5 años era quien hablaba, podía observarme y percatarme que la que estaba frente a él, era mi niña de 5 años, aún vestida de uniforme.  Le recordé cada uno de los momentos que he compartido en este texto, él no sabía de lo que le hablaba. 

Cuando le tocó su turno, empezó a hablar de su infancia, de sus hermanos, sonó el teléfono... atendió... Yo luchaba para no interpretar nuevamente esto como un rechazo, luego de un buen rato, me levanté y fui hacia la puerta... me despedí de él y cuando abrí la puerta, escuché:  "mi hijita, no te preocupes, que yo si te quiero, a ti y a tu hermana".  Volví a volar por los aires, y caí en sus brazos, pero esta vez encontré mi final feliz.   

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